Tras una búsqueda

Ergo Rodrerich
5 min readMay 30

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Para Aarón Ochoa, a modo de despedida y largo reencuentro.

1. No creo mentir cuando digo que la infancia tuvo muchas más emociones que la vida adulta. De niños todo era maravilla, salir a jugar con los amigos a la calle (sí, ya sé, estoy hablando de tiempos idos para siempre), el frío que nos invadía en invierno, la cercana muerte en la familia. Sobre todo, la certeza de que el tiempo era infinito. Adultos ya centrados en lo cotidiano y la supervivencia, sabemos que el día dura pocas horas, que los años se acumulan como si fueran segundos. No hay tiempo de maravillarse, todo es aburrida certeza y hay que salir adelante.

2. Los momentos de la maravilla son, como ya lo hemos dicho, múltiples a lo largo de la infancia y cada día tenía sus encuentros memorables. Sin embargo, hay que señalar que ciertamente tenemos un acontecimiento en común con todos nuestros amiguitos y primos y que me gustaría mencionar aquí para que quede entendido para el lector (¿sentido?) esa situación igual para todos y que nos servirá para estar de acuerdo en estas palabras: la navidad.

3. La navidad para el niño de un hogar católico era el nacimiento de Cristo, del Niño Dios. Uno ignoraba muchas cosas, de repente el árbolito y el nacimiento ya estaban colocados en la sala de la casa; la municipalidad había ya colgado adornos brillantes por las calles; el interior de la iglesia también aventuraba su nacimiento particular y de mayor tamaño que el de nosotros. La ansiedad de los regalos comenzaba a palpitar dentro se nuestros corazones. Particularmente quiero mencionar (una lástima que haya sido impulsado este momento por una industria comercial) un anuncio en la televisión que tocaba dulcemente el tema navideño y que me marcó para siempre. Era un anuncio de la Coca Cola con una canción (que pueden ustedes buscarla en Youtube) que comenzaba diciendo: "Quisiera al mundo darle hogar / y llenarlo de amor". Para mí escuchar esa canción, fuera en la TV, fuera en la radio, significaba el inicio de la navidad. Puntualizo este comercial y esta situación como algo muy claro, pero, debo insistir, la maravilla estaba a lo largo de todos los días del año y en cualquier rincón de mi ciudad o de los pueblitos que visitábamos los fines de semana con mis papás y sus compadres o hermanos.

4. Luego vendría el mundo con sus exigencias de las necesidades. Tal vez uno de los momentos en que comencé a vislumbrar que todo esto terminaría fue cuando a mi tío Jesús (ja, quién pensaría que el derrumbe de estas emociones comenzaría con las palabras de alguien que nació el 24 de diciembre) alguien le preguntó que qué opinaba de la navidad, el respondió: "para mí es un día igual que otro". Fin de una época. Hay que entregarse a los estudios, hay que procurar ayudar económicamente a la familia, hay que ir colocándose en un puesto laboral que nos brinde una seguridad económica y repetir una y otra vez la monotonía que destruye cualquier sentimiento de maravilla.

5. Hay que mencionar un lindo paréntesis (que, como veremos, no es el último reducto de la maravilla y del sentimiento de pertenencia y participación), el tiempo de amor, del enamoramiento. Ya jóvenes, algunos tal vez iniciando su vida adulta, volvemos a ver que todo nos sorprende. Una caricia, unas palabras, el arriesgar un movimiento, obtener respuesta del ser amado, ¿hay dicha más grande? Entonces el tiempo vuelve a alargarse como si fuera todo nuestro. No era raro sorprendernos de la mano de nuestra pareja y ver que habían pasado horas en su compañía durante sólo algunos minutos. La felicidad venía de la conclusión de que, otra vez, estábamos a salvo.

6. La comparación con el mundo adulto, el de las responsabilidades, como he dicho, nos arroja un descontento generalizado y tan cierto que bien podríamos sentir su solidez con nuestras manos. Aquí está la fuente de nuestra desesperanza, de nuestras angustias. En el fondo nos preguntamos ¿es que aquellos tiempos infantiles o del amor, nunca volverán? Añoramos tanto y, a la vez, estamos seguros de nuestro infortunio. La desolación está con nosotros, la tristeza es una compañera que evitamos en ocasiones, pero que permanece unida a nuestra piel y no podemos deshacernos de ella. Por más suspiros que lancemos, no logramos eliminar estos sentimientos. ¿Es que todo está perdido?

7. Sin embargo, cada cual tiene sus respuestas para lograr recuperar aquel tiempo perdido. los habrá que recurren a las drogas o el vino, a los falsos amoríos, a explosivas emociones artificiales que están seguros son verdaderas. Por mi parte sé que hay otro camino, el de las artes y la conexión existencial de manera poética (disculpen, soy poeta, ni modo). Toda esta reflexión terminó de darse en una tarde en que me encontraba a punto de escribir un poema (el cual, por cierto, ni siquiera comencé a escribir). Mi afición por la música viene desde los primeros años de mi vida, impulsada por mi padre. Así que recurrir a la música es, ciertamente, una forma de salvación. Y ya que hablamos de esta palabra hay que decir que eso es lo que buscamos en el fondo de nuestra vida adulta. Una salvación no religiosa. ¿Qué entiendo por ella? La participación de nuestro ser en el entramado múltiple de la vida.

8. La salvación sólo podrá darse cuando nos sintamos pertenecientes a algo más grande que nosotros mismos (habrá quien opte por Dios, otros por la naturaleza, otros más por el arte o la vida misma). La forma en que se me dio a mí en ese día que les menciono fue algo simple, pero no por ello carente de importancia. Les cuento. Comenzaba a gestarse un poema dentro de mí producto emocional de la canción que venía escuchando, cuando, de repente, comencé a ver (¿como mencionar este verbo para hacerles entender todo lo voluntarioso que tenía su aparición en mí?) no de una manera común, veía como queriendo ver por primera vez aquellas bardas y árboles que a diario mis ojos veían en lo cotidiano; ver como buscando, ver como sabiendo que lo buscado estaba ya frente a mí mismo, ver con la certeza de haber encontrado. En la mirada estaba mucho más que la capacidad de dejar entrar la luz a mi cerebro, había una participación de mí hacia aquello que yo estaba mirando. A la par de la aplicación de este sentido, se dejaba sentir el viento en mi piel, otra forma de sentirme dentro de este universo, de esa calle donde todo estaba sucediendo. Y luego la certeza de que mi inteligencia y mi capacidad receptiva (primero) daba paso a esa otra capacidad emotiva (segundo) con la que estaba yo seguro de pertenecer a través de esa acción pasiva que yo mismo me estaba procurando.

9. Todo esto podríamos considerarlo producto un tanto azaroso y, ciertamente, no recomiendo su elaboración artificiosa, caeríamos prontamente en la desesperanza de la que queremos escapar. Entonces hay que estar alerta y alimentar esas capacidades con regularidad: escuchar música, leer, conversar, caminar para introducirse en las calles como elemento concreto de ese vasto universo en el que estamos. Sobre todo estar alerta, repito, como buscando procurar esa maravilla que ahora por ser tan escasamente encontrada, resulta mucho más valiosa que antes.

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Ergo Rodrerich

Poet, writer and photographer. I was born in Ciudad Guzmán, Jalisco. I like to explain to myself the creative processes and the processes of imagination.